La mujer del porvenir by Concepción Arenal

La mujer del porvenir by Concepción Arenal

autor:Concepción Arenal [Arenal, Concepción]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1869-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

CONSECUENCIAS PARA LA SOCIEDAD DE LA SUPUESTA INCAPACIDAD INTELECTUAL DE LA MUJER

Todo lo que altera los componentes ha de alterar el compuesto. En los dos capítulos anteriores tenemos los sumandos; en éste no hay más que verificar la suma.

Si por la falta de educación de la mujer, ella y el hombre son peores y más desgraciados, peor y más desgraciada será la sociedad. La prostitución aumentará a medida de la miseria y la ignorancia de las mujeres, y en la misma proporción aumentarán las enfermedades vergonzosas que degradan las razas y los delitos que llenan las prisiones, porque es muy raro que una mujer pura sea criminal, y que en las grandes maldades de un hombre no entre por algo alguna mujer mala.

La religión, esta poderosa palanca social que debía fortificar a la mujer, queda muchas veces debilitada por ella; al desfigurarla, la desacredita; carece de conocimientos para razonar sus creencias, contesta a los argumentos de los impíos cerrando los ojos y no puede ser, como debía, el lazo entre la ciencia y la fe. La educación es imposible con la ignorancia y la falta de prestigio de la mujer. El catedrático enseña al abogado, al médico o al ingeniero; pero al hombre le educan la madre, la mujer y la hija, porque la educación dura toda la vida. En la práctica de todas las profesiones, de todas las ciencias, entra por mucho, entra por la mayor parte, el elemento moral, la honradez, la elevación de miras, el noble orgullo, el sentimiento. ¿De qué sirve un operador sin conciencia que calcula las ventajas de la operación por los miles de reales que puede valerle? ¿El abogado que defiende todas las causas malas con tal que le paguen en buena moneda? ¿El militar que se rebela por un grado? ¿El notario que da fe de lo que no ha visto, siempre que vea provecho? ¿El farmacéutico que difama o engaña al médico y sacrifica el enfermo por embolsarse íntegro el precio de una droga cara? ¿El ingeniero que arriesga la vida de los viajeros o de los operarios por recibir la gratificación del contratista? ¿El empleado, el hombre político que toma dinero a cuenta de maldades, ni el juez que vende la justicia? ¿Para qué sirve la ciencia a todos estos hombres sino para hacer más repugnante, para hacer inconcebible su degradación?

Pero se dirá: el hombre tiene resortes nobles, tiene la idea del deber; la mujer le olvida muchas veces, cede con frecuencia a sus malas inclinaciones, y en el mundo ha de haber siempre quien escuche la voz de su interés y esté sordo a la de su conciencia.

Así es la verdad; pero es igualmente cierto que, negando a la mujer toda competencia intelectual en las cosas de la vida, se disminuye la influencia de muchos sentimientos y, por consiguiente, de la moralidad. La ciencia y la razón tienen su puesto, la benevolencia y la ternura tienen el suyo, y es absurdo, al organizar una sociedad de seres sensibles, prescindir del sentimiento.



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